Dos mil veinte
Una cifra reluciente
Yo empecé este año con mucha inspiración.
La motivación me abre los ojos por las mañanas y me impulsa a salir de la cama. Y esto no es cualquier cosa, pues mi cama tiene unos brazos de madre muy grandes y blanditos, que me abrazan mejor que nadie.
Mi mente este año está despejada, tengo una ilusión reforzada. Empiezo con buen pie.
A todos nos pilló esta cosa súbitamente. De repente aparece un monstruo invisible que nos tumba. Y a los que no nos tumba, igualmente nos tumbamos, para que no nos vea, no nos alcancen sus garras ramificadas.
Y mientras todos permanecemos tumbaditos, quietecitos, el planeta respira hondo.
A algunas personas les invade el temor.
A otras, las ideas. Y la creatividad florece dando forma a nuevos caminos.
También nos esperan lúgubres pasajes globales.
Pero prefiero pensar en lo pequeño, en lo individual, porque en eso confío más. Confío en tu trabajo, en tu determinación, en tus ganas y en las mías. Yo quiero hacer mi propio caminito, uno que tenga luz dorada, aunque sea serpenteante y sube-y-baja, quiero que sea mío, que no me desvíe nadie.
Quedan muchos meses por delante en el 2020. Voy a seguir estirando y levantando las comisuras de mis labios y ordenando las piedras de mi camino.
Hay que poner un pie delante del otro.
Hay que hacerlo con gusto, con calma y regalar mensajes alentadores a todos los que caminan cerca. Y repartir nuestros granitos de arena a todos los que se lo merecen, a los que aún nos asombran, nos fascinan, nos embelesan con su trabajo y su presencia.
Mi salvaje cabellera serpentina será mi escudo contra el miedo.